Montserrat Fabrés es maestra, asesora pedagógica y coordinadora del Grupo Pikler de la A.M. Rosa Sensat. Además
es miembro de la Associació Pikler Hengstenberg de Catalunya.
Reproducimos un artículo suyo que seguro que es de vuestro interés, publicado originariamente en la Revista Infancia: educar de 0 a 6 años. Nº 100, 2006, págs.14-17.
"Uno de los principales objetivos en la educación de los
niños es favorecer, facilitar la progresiva adquisición de su autonomía, que llegue a ser autónomo como
persona, que pueda ser, hacer
y decidir por sí mismo, procurando conceder mucha atención a
que su desarrollo emocional
sea equilibrado, estable y seguro.
La escuela infantil debe promover en los niños el desarrollo
de la capacidad de relacionarse, su
capacidad de convivir: escuchar, comprender, tolerar,
interactuar, cooperar y compartir con los
adultos y con el otro niño, estableciendo la base de unas
relaciones afectivas sólidas y seguras
con los adultos y con los otros niños.
Si partimos del objetivo que el niño debe llegar a ser
autónomo, es necesario que empecemos
por respetar su actividad autónoma, su libertad de
movimientos, su proceso evolutivo,
partiendo claramente de un niño competente desde que nace.
Garantizándole un entorno rico y
estimulante que refuerce el interés de cada niño y a su vez
con unos educadores que
acompañen al niño respetando el desarrollo de cada uno de
ellos.
El niño debe poder desarrollarse como persona y como miembro
de la sociedad. Debemos
respetarle como persona. Asegurándole una atención lo más
individualizada posible que le
permitan establecer unas relaciones personales estables,
llenas de ternura, confianza y
empatía que serán de una gran influencia para el niño para
tomar conciencia de si mismo,
favorecer su autonomía, asegurar su personalidad y adquirir
las habilidades sociales
necesarias para la convivencia.
Mi reflexión pretende valorizar la organización de las
actividades, llamadas "rutinas" cotidianas
(higiene , comidas, ...), porque considero que nuestras
relaciones con los niños, en los
momentos en que cuidamos de ellos, son muy importantes desde
una perspectiva educadora.
Tenemos que repensar estas "rutinas", dándoles una
mayor importancia en la distribución del
tiempo pasado con los niños. Tenemos que reformular,
preparar y "programar" más minuciosa
y conscientemente este tipo de actividades, para que estas
"atenciones" sean de calidad, para
que tengan más "contenido" pedagógico. Hemos de
impregnar estas "rutinas" de respeto y de
empatía hacia los niños, para contribuir, también con ellas,
a que los niños lleguen a ser más
equilibrados emocionalmente y más autónomos.
La Dra. E. Pikler elaboró durante su trabajo en Lóczy, una
especie de "coreografía" donde
todos los aspectos de la relación y la comunicación con el
niño quedaban detallados
minuciosamente, consiguiendo unas relaciones envueltas de
una calidad extrema.
La experiencia de Lóczy nos demuestra, nos descubre, la
importancia de garantizar la calidad
de estos momentos, de estas atenciones, de estas relaciones
"rutinarias". Es también, y
especialmente en estos momentos, cuando los niños aprenden a
tomar conciencia de ellos
mismos, y a percibir y comprender el mundo que les rodea.
Si les hemos tratado con respeto, atención y comprensión,
los niños podrán relacionarse
también de manera respetuosa, confiada, y comprensiva con
sus compañeros y con la
sociedad en general.
A menudo, en nuestra práctica diaria en las escuelas, no
concedemos la importancia que
merecen estos momentos, estas "rutinas
cotidianas". Estas "rutinas" deberían servir para
establecer una relación de complicidad con los niños. Los
momentos de la comida o del cambio
de pañales los vivimos de prisa, corriendo, con ansiedad,
con nervios. Las realizamos lo más
rápidamente posible, a menudo como si se tratara de un
trabajo en cadena, sin casi darnos
cuenta del niño del que nos hemos ocupado. Sin percibir, a
veces, durante la comida, el porqué
de la desgana, o de las reacciones negativas ante cambios en
los alimentos.
No tenemos tiempo, no podemos parar, tenemos que acabar
pronto, no podemos atenderles
como sería conveniente. Consideramos estas actividades como
rutinarias, repetitivas, pesadas,
incómodas, y especialmente estresantes durante las comidas.
Normalmente somos capaces de programar unas actividades
diarias para los niños de cada
grupo: juegos con agua, harina, juego heurístico... Pero, en
cambio, somos incapaces de
pensar, de considerar, de organizar o de
"programar" estos momentos, estas actividades, para
aprovecharlas para establecer relaciones cálidas y
afectuosas con los niños, para estimular su
participación y cooperación, para conocerse mejor
mutuamente.
Deberíamos intentar integrar la pedagogía en estas rutinas,
en estas actividades cotidianas,
darles la importancia que merecen y no limitarnos, no
obsesionarnos en buscar u organizar
momentos o juegos artificiales para estar con los niños.
Deberíamos aprovecharlas para,
también, comunicarnos con ellos, para transmitirles los
valores de fondo que persigue nuestra
pedagogía (comprensión, tolerancia, respeto, cooperación,
etc.).
No aprovechar estos momentos para la relación y buscar otras
ocasiones y actividades para
este fin, nos crea un sentimiento de prisa, de no poder
disfrutar durante los momentos que ya
estamos juntos, ni tampoco aprovecharlos para iniciar al
niño en la participación y cooperación
durante el cambio y las comidas, de no tener en cuenta su
evolución, no respetar sus ritmos,
sus apetencias, sus gustos, en definitiva esto nos impide
procurarle el respeto que se merece
como persona. Nos preocuparemos de los objetivos finales, de
que adquisiciones debe hacer,
pero no del camino hecho, del proceso, el como va
evolucionando cada niño en particular,
según sus capacidades.
¿Porque no pensamos en dar más tiempo a cada niño o en la
posibilidad de distribuirlo
distintamente?
¿Porque las comidas se parecen más a una carrera de
obstáculos que a un momento
placentero de aprendizaje y relación?
¿Porque tanta prisa en proponerles comer en grupo
tempranamente, sin tener en cuenta el
ritmo de participación de cada niño?
¿Porque no aprovechar mejor el tiempo de acogida, como
momentos individuales de
comunicación con el niño y la familia?
Deberíamos dar más importancia a los momentos en que estamos
con los niños, durante los
cambios de pañales, comidas y convertir estos momentos de
"rutinas cotidianas" en momentos
clave para establecer una relación, momentos clave para la
educación.
¿Porqué no los programamos, porqué no los repensamos
organizándolos favoreciendo la
autonomía del niño y aprovechándolos para crear unas
relaciones sólidas y estables con los
niños ?
Nuestra actitud, como educadores que acompañamos al niño en
su crecimiento debe basarse
en:
- Escuchar sus demandas, dando respuestas adecuadas que le aporten seguridad.
- Hablar, comunicarle lo que vamos hacer con él, utilizando palabras claras y concisas, descubriéndole a su vez lo que le estamos haciendo. Pidiéndole y no imponiéndole su participación, favoreciendo un diálogo de cooperación desde pequeño.
- Mirar, mirarle, mostrarnos atentos para señalarle que le estamos viendo, que lo tenemos en cuenta, que compartimos vivencias.
- Cogerle con manos tiernas y respetuosas, no con brusquedad, manipulándole, transportándole y tratándole como si fuera un objeto sin vida y no como a una persona.
El bienestar del niño, depende en gran medida de la manera
como le toca y le coge el adulto.
En darle tiempo, respetándole el que necesita para
participar, responder y actuar. Su tiempo, el
tiempo del niño que es distinto al tiempo de los adultos.
Que las atenciones que recibe el niño sean de buena calidad
depende también de la actitud
auténtica del adulto. De su sincero y profundo interés por
el bienestar del niño. Es importante
que el niño sienta que toda su persona es importante.
Durante las comidas, lo esencial no es la
cantidad de comida que le ofrecemos, que se lo coma todo,
sino que el niño, coma con placer
según su apetito, que descubra el placer de los buenos
sabores y la satisfacción de la
saciedad.
Reflexionemos sobre como organizamos en nuestra Escuela
Infantil, con nuestro grupo de
niños, las "rutinas" y como podemos darles otro
contenido, llenándolas de respeto y atención
hacia los niños.
Podremos constatar que cuando aprendemos a escuchar mejor a
los niños, cuando les damos
unas respuestas más adecuadas a los niños, cuando damos más
valor a todo lo que hacemos
con ellos, cuando aprovechamos más los momentos de relación
individual, el ambiente se
vuelve más tranquilo para todos.
Y especialmente para los propios niños, porque al recibir
una atención más individualizada, el
niño siente que es importante para el adulto, se siente
respetado y valorado por alguien que
acoge sus necesidades y le da respuestas adecuadas. Esto
influye en el niño positivamente y
no necesitará buscar otras maneras de llamar la atención del
adulto, porque recibe
disponibilidad y afecto de su entorno. Este niño que se
siente respetado y atendido en sus
necesidades, será un niño capaz de jugar más autónomamente y
concentradamente.
Si reorganizamos el tiempo de la jornada, concediendo más
importancia al tiempo de las
"rutinas", el ambiente se volverá más amable, más
tranquilo, más placentero, de intercambio y
diálogo, donde el valor fundamental será el respeto por el
niño. El respeto por este niño activo y
competente.
Evitemos esta separación absurda, ficticia, entre rutinas y
actividades pedagógicas, no
forcemos e impongamos "programas", no consideremos
como pesadas y duras obligaciones
los cuidados higiénicos y las necesidades fisiológicas, no
nos obsesionemos para realizarlas
rápidamente, para tener más tiempo para educar ... todas las
actividades, todos los momentos,
todas las relaciones, todos los cuidados son, efectivamente,
educativos.
En el día a día, nada es banal, nada es rutina sino que todo
depende del valor que se dé a
cada momento de la relación con el niño.
Vivamos las rutinas cotidianas con placer, concedámosles una
mayor relevancia y llenemos su
contenido de buena cualidad e intencionalidad educativa."